Levine

Thursday, February 17, 2005

Tiro libre

La guerra y el fútbol*

En el 2001 murió el hombre más viejo de Inglaterra. La vida de Bertie Felstead había atravesado tres siglos: nació en el siglo diecinueve, vivió en el veinte, murió en el veintiuno. El era el único sobreviviente de un célebre partido de fútbol, que se jugó en la Navidad de 1915. En plena primera guerra mundial jugaron ese partido los soldados británicos y los soldados alemanes. Una pelota apareció, venida no se sabe de dónde, y se echó a rodar no se sabe cómo, entre las trincheras. Entonces el campo de batalla se convirtió en campo de juego, los enemigos arrojaron al aire sus armas y saltaron a disputar la pelota, todos contra todos y todos con todos. Mucho no duró la magia. A los gritos, los oficiales recordaron a los soldados que estaban allí para matar y morir. Pasada la tregua futbolera, volvió la carnicería. Pero la pelota había abierto un fugaz espacio de encuentro entre esos hombres obligados a odiarse.
Mas tarde, durante la segunda guerra, Hitler y Mussolini manipularon el fútbol. En los estadios, los jugadores de Alemania y de Italia saludaban con la palma de la mano extendida a lo alto. "Vencer o morir", mandaba Mussolini, y por si las dudas la escuadra italiana no tuvo más remedio que ganar las Copas del Mundo en 1934 y en 1938. "Ganar un partido internacional es más importante, para la gente, que capturar una ciudad", decía Goebbels, pero la selección alemana, que lucía la cruz esvástica al pecho, no tuvo suerte. La guerra de conquista vino poco después; y el delirio de la pureza racial implicó también la purificación del fútbol: trescientos jugadores judíos fueron borrados del mapa. Muchos de ellos murieron en los campos alemanes de concentración.
Años después, en América latina, las dictaduras militares también usaron el fútbol, al servicio de la guerra contra sus propios países y sus peligrosos pueblos. En el Mundial del '70, la dictadura brasileña hizo suya la victoria de la selección de Pelé: "Ya nadie para a este país", proclamaba la publicidad oficial. En el Mundial del '78, en un estadio que quedaba a pocos pasos del Auschwitz argentino, la dictadura argentina celebró "su" triunfo, del brazo del infaltable Henry Kissinger, mientras sus aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar.
Pero, ¿eso da para decir que el fútbol incuba huevos de serpiente? En 1969, se llamó "guerra del fútbol" a la matanza entre hondureños y salvadoreños, porque la primera chispa de ese incendio se había encendido en los estadios. Pero la guerra venía, en realidad, de mucho antes. Y su nombre mentiroso logró ocultar una historia larga: la guerra fue la trágica desembocadura de más de un siglo de rencores entre dos pueblos vecinos, entrenados para odiarse mutuamente, pobres contra pobres, por sucesivas dictaduras militares fabricadas en la Escuela de las Américas.

Pero el fútbol también es un buen pretexto para incubar la paz. Por ejemplo los estadios de fútbol son los únicos escenarios donde se abrazan los etíopes y los eritreos. Durante los torneos interafricanos, los jugadores de esas selecciones consiguen olvidar por un rato la larga guerra que periódicamente rebrota entre sus países. Y después del genocidio que ensangrentó a Ruanda, el fútbol es el único instrumento de conciliación que no ha fracasado. Los hutus y los tutsis se mezclan en las hinchadas de los clubes y juegan juntos en los diversos equipos y en la selección nacional. El fútbol abre un espacio para la resurrección del respeto mutuo que reinaba entre ellos, antes de que los poderes coloniales, el alemán primero y el belga después, los dividiera para reinar.
En Medellín, una de las ciudades más violentas del mundo, nació y se desarrolló el proyecto "Fútbol por la paz", que durante algún tiempo funcionó con milagroso éxito. Mientras duró, demostró que no era imposible cambiar balazos por pelotazos. El fútbol resultó ser el único lenguaje alternativo para las bandas armadas de los diversos barrios, acostumbradas a dialogar a tiros. Jugando al fútbol, los enemigos empezaron a conocerse entre sí, al principio de muy mala manera y en cada partido un poquito mejor. Y los muchachos empezaron a aprender que la guerra no es el único modo de vida posible.
Antes de cada partido, en cada Copa del Mundo, los jugadores escuchan y tararean sus himnos patrios. Por regla general, salvo algunas excepciones, los himnos los invitan a matar y a morir. Esos cánticos marciales profieren terribles amenazas, convocan a la guerra, insultan a los extranjeros y exhortan a hacerlos mierda o con gloria sucumbir en heroicos baños de sangre. Ya vamos para el campeonato mundial número dieciocho. A lo largo de los Mundiales se ha visto que no faltan los jugadores dispuestos a actuar como obedientes soldados, siempre dispuestos a castigar con feroces patadas a los enemigos de la patria, y sobre todo a los que cometen la imperdonable ofensa de jugar bonito. Pero, la verdad sea dicha, la gran mayoría de los jugadores no ha hecho caso a las órdenes que sus himnos imparten, ni a los delirios épicos de ciertos periodistas que compiten con los himnos, ni a las instrucciones carniceras de algunos dirigentes y directores técnicos, ni a los clamores guerreros de unos cuantos energúmenos en las gradas. Ojalá los jugadores, o al menos la mayoría de los jugadores, se sigan haciendo los sordos en el Mundial que viene. Y que no se confundan a la hora de elegir entre la guerra o la fiesta.

*Eduardo Galeano

Tiro libre

La guerra y el fútbol*


En el 2001 murió el hombre más viejo de Inglaterra. La vida de Bertie Felstead había atravesado tres siglos: nació en el siglo diecinueve, vivió en el veinte, murió en el veintiuno. El era el único sobreviviente de un célebre partido de fútbol, que se jugó en la Navidad de 1915. En plena primera guerra mundial jugaron ese partido los soldados británicos y los soldados alemanes. Una pelota apareció, venida no se sabe de dónde, y se echó a rodar no se sabe cómo, entre las trincheras. Entonces el campo de batalla se convirtió en campo de juego, los enemigos arrojaron al aire sus armas y saltaron a disputar la pelota, todos contra todos y todos con todos. Mucho no duró la magia. A los gritos, los oficiales recordaron a los soldados que estaban allí para matar y morir. Pasada la tregua futbolera, volvió la carnicería. Pero la pelota había abierto un fugaz espacio de encuentro entre esos hombres obligados a odiarse.
Mas tarde, durante la segunda guerra, Hitler y Mussolini manipularon el fútbol. En los estadios, los jugadores de Alemania y de Italia saludaban con la palma de la mano extendida a lo alto. "Vencer o morir", mandaba Mussolini, y por si las dudas la escuadra italiana no tuvo más remedio que ganar las Copas del Mundo en 1934 y en 1938. "Ganar un partido internacional es más importante, para la gente, que capturar una ciudad", decía Goebbels, pero la selección alemana, que lucía la cruz esvástica al pecho, no tuvo suerte. La guerra de conquista vino poco después; y el delirio de la pureza racial implicó también la purificación del fútbol: trescientos jugadores judíos fueron borrados del mapa. Muchos de ellos murieron en los campos alemanes de concentración.
Años después, en América latina, las dictaduras militares también usaron el fútbol, al servicio de la guerra contra sus propios países y sus peligrosos pueblos. En el Mundial del '70, la dictadura brasileña hizo suya la victoria de la selección de Pelé: "Ya nadie para a este país", proclamaba la publicidad oficial. En el Mundial del '78, en un estadio que quedaba a pocos pasos del Auschwitz argentino, la dictadura argentina celebró "su" triunfo, del brazo del infaltable Henry Kissinger, mientras sus aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar.
Pero, ¿eso da para decir que el fútbol incuba huevos de serpiente? En 1969, se llamó "guerra del fútbol" a la matanza entre hondureños y salvadoreños, porque la primera chispa de ese incendio se había encendido en los estadios. Pero la guerra venía, en realidad, de mucho antes. Y su nombre mentiroso logró ocultar una historia larga: la guerra fue la trágica desembocadura de más de un siglo de rencores entre dos pueblos vecinos, entrenados para odiarse mutuamente, pobres contra pobres, por sucesivas dictaduras militares fabricadas en la Escuela de las Américas.

Pero el fútbol también es un buen pretexto para incubar la paz. Por ejemplo los estadios de fútbol son los únicos escenarios donde se abrazan los etíopes y los eritreos. Durante los torneos interafricanos, los jugadores de esas selecciones consiguen olvidar por un rato la larga guerra que periódicamente rebrota entre sus países. Y después del genocidio que ensangrentó a Ruanda, el fútbol es el único instrumento de conciliación que no ha fracasado. Los hutus y los tutsis se mezclan en las hinchadas de los clubes y juegan juntos en los diversos equipos y en la selección nacional. El fútbol abre un espacio para la resurrección del respeto mutuo que reinaba entre ellos, antes de que los poderes coloniales, el alemán primero y el belga después, los dividiera para reinar.
En Medellín, una de las ciudades más violentas del mundo, nació y se desarrolló el proyecto "Fútbol por la paz", que durante algún tiempo funcionó con milagroso éxito. Mientras duró, demostró que no era imposible cambiar balazos por pelotazos. El fútbol resultó ser el único lenguaje alternativo para las bandas armadas de los diversos barrios, acostumbradas a dialogar a tiros. Jugando al fútbol, los enemigos empezaron a conocerse entre sí, al principio de muy mala manera y en cada partido un poquito mejor. Y los muchachos empezaron a aprender que la guerra no es el único modo de vida posible.
Antes de cada partido, en cada Copa del Mundo, los jugadores escuchan y tararean sus himnos patrios. Por regla general, salvo algunas excepciones, los himnos los invitan a matar y a morir. Esos cánticos marciales profieren terribles amenazas, convocan a la guerra, insultan a los extranjeros y exhortan a hacerlos mierda o con gloria sucumbir en heroicos baños de sangre. Ya vamos para el campeonato mundial número dieciocho. A lo largo de los Mundiales se ha visto que no faltan los jugadores dispuestos a actuar como obedientes soldados, siempre dispuestos a castigar con feroces patadas a los enemigos de la patria, y sobre todo a los que cometen la imperdonable ofensa de jugar bonito. Pero, la verdad sea dicha, la gran mayoría de los jugadores no ha hecho caso a las órdenes que sus himnos imparten, ni a los delirios épicos de ciertos periodistas que compiten con los himnos, ni a las instrucciones carniceras de algunos dirigentes y directores técnicos, ni a los clamores guerreros de unos cuantos energúmenos en las gradas. Ojalá los jugadores, o al menos la mayoría de los jugadores, se sigan haciendo los sordos en el Mundial que viene. Y que no se confundan a la hora de elegir entre la guerra o la fiesta.

*Eduardo Galeano

Tuesday, February 01, 2005

El arranque

Tiro Libre
El arranque

Gregorio Jácome Moreno

En sus dos primeros juegos los hombres de sangre azul y piel dorada parecían todavía no haber despertado del sueño que significó haber ganado absolutamente todo en el 2004. Los pumas jugaron esos partidos de inicio como si anduvieran en piyamas, lagañosos y con una modorra espantosa. Sin embargo, la lección de fútbol que dieron en el segundo tiempo contra Pachuca parece ser el arranque de lo que será otra temporada de éxito.

Por si no se han dado cuenta los rivales, la estrategia de Hugo Sánchez es la más lógica, de sentido común elemental, la más obvia en el fútbol: tener la pelota, quien tiene el control del balón tiene la posibilidad de meter gol, quien no no, autogoles aparte. Esos pases pudieran no tener sentido si los vemos uno a uno, pero en conjunto poseen toda la expresividad que se puede extraer a un balón golpeado con los pies.

Con el dominio del balón los pumas cansaron a los tuzos, quienes con Borgeti solo al frente sentían la sensación de no hacer nada productivo y cuyas escasas llegadas fueron controladas por las ya tan comunes atajadas de Bernal, por si fuera poco cada balón dividido caía siempre hacia el mismo lado. Los pumas en cambio, demostraron verticalidad por los costados, acompañamiento, y algo nada original en el equipo de Hugo: hambre de triunfo. En consecuencia los goles llegaron por inercia.

Luego de este triunfo en campo tuzo, ahora las incógnitas para pumas es revelar si Marioni estará pronto a punto en la delantera, si hará pareja goleadora con Botero o con Alonso. Si Ailton recupera el trató que tiene con el balón, ese que lo hace templar el juego en los momentos de nervios. Si se llenará el vacío más emotivo que futbolístico que dejó Kikin Fonseca, quien por cierto anda muy bien en Cruz Azul. De resolverse semejantes incógnitas a favor de los universitarios, no dudemos otra vez verlos entre los primeros cuatro.

Este inicio de torneo presagia un campeonato bastante cerrado, la resurrección de América y Chivas puede darse en un contexto en donde los equipos chicos no van dar sorpresas. La sal la pueden poner los equipos del norte, pese a que Dorados esta casi en primera A, Tigres, Monterrey y Santos serán protagonistas. Veracruz por su parte tiene que comenzar a ganar o por lo menos a jugar con idea, de lo contrario esta condenado al fracaso. A Cruz Azul le puede ir muy bien, es líder general con un equipo muy bien armado, puede que hasta sea Campeón, pero no os hagáis ilusiones, en el fútbol siempre se impone lo imposible.